Punta Negra: calma entre olas y arena

15 de abril de 2020

Está a 10 kilómetros de Piriápolis, al lado de Punta Colorada, en el departamento de Maldonado. Y si uno se va acercando hacia allí por la Ruta 10, la tranquilidad empieza a notarse desde que se cruza el cartel que indica el comienzo del balneario.

El paisaje cambia completamente en poco tiempo y en un par de kilómetros: después de pasar las playas de Piriápolis parece que se llega a otro lugar, lejano y agreste, donde no hay cientos de personas con cientos de sombrillas y cientos de sillas que comparten un poco de arena y mucho mar.

Punta Negra no tiene nada. O tiene todo. Tiene mar, arena y bosques. Tiene playas casi vírgenes. Y olas, tiene muchas olas. Tiene cerros que la cuidan y un grupo de vecinos que ayuda a protegerla. En cada bajada de su playa, cada pocos kilómetros, cartel dice que te encontrás frente a uno de los últimos Ecosistemas Costeros Naturales de Maldonado, que respetes los caminos marcados para ingresar a la playa. Más allá de eso, en Punta Negra no hay nada. Y es eso, justamente, lo que hace que este lugar sea un punto de la costa cada vez más atractivo para turistas, tanto uruguayos como extranjeros, que desde hace aproximadamente cinco años lo eligen para pasar sus vacaciones. Para encontrar un pedacito de playa donde no haya ciudad, ni ruido, ni autos, ni rastros de ellos, ni nada. Para encontrarse con la naturaleza en estado puro. Para encontrarse.

Según el último censo realizado, en 2011 vivían allí alrededor de 200 personas. De acuerdo a Productores de Punta Negra, el grupo de vecinos que se reúne durante todo el año para cuidar y potenciar a su lugar, actualmente viven entre 400 y 500. Es por esa razón que a ellos no les gusta llamarlo balneario, porque ese es el sitio que eligieron para estar todo el año, para criar a sus hijos, para vivir. La razón es la misma por la que llegan los turistas: la tranquilidad, la calma, la paz, el aire, los cerros y sus playas, unas de las más amplias y espaciosas de la zona.

El crecimiento de Punta Negra es nuevo. Muy nuevo. Sin embargo, desde hace 4, 5 o 6 años, ha sido inmenso: en turismo y en construcciones. En casas de veraneo y en casas para todos los días. En artistas que se refugian allí porque es una zona ideal para ellos y ellas, y en cantidad de personas que simplemente se cansaron de la ciudad y se fueron buscando un lugar en el que escuchar a la naturaleza fuera posible. Eso sí, Punta Negra aún mantiene su esencia (y eso es lo que pretende la gente del lugar): el paisaje sigue siendo solamente verde, azul y blanco, o un poco más oscuro, porque allí la arena se mezcla con las rocas. De allí su nombre, de las rocas negras.

Tranquilidad

A las once de la mañana de un viernes, en la playa de Punta Negra no solo se escuchan las olas. Hay algunas sombrillas, algunas cañas de pescar, algunas familias, algunos amigos, algunos niños jugando en la orilla, pero nada más. Parece una playa privada, pero no. Punta Negra está alejada del ruido, del glamour, del movimiento; hasta pareciera que está alejada de la temporada.

Comunidad

En las calles Lima y Chile hay un cartel. “Aquel Abrazo”, dice el cartel. Y hay un puentecito de madera rodeado de árboles. Y si se cruza el puente, está el restaurante de Stella Barrios, que se mudó a Punta Negra hace 22 años, con su esposo, solo porque cuando conoció el lugar, sintió que era el indicado para ella. “Me gusta la paz, el campo y este paisaje”.

Como cerró el colegio en el que ella trabajaba y estaba “un poco cansada de los niños”, decidió cambiar de rubro completamente. “Le dije a mi marido que iba a hacer un boliche y me dijo que estaba loca porque acá no había nadie. Y yo le decía: ‘Yo lo voy a hacer lindo, vas a ver que va a venir gente’. Y bueno, el primer año (2001) la verdad es que venían amigos a hacernos el aguante, después se empezó a correr la voz”, cuenta.

Pero lo más importante no es el inicio, sino la reconstrucción, que le dio el nombre al “boliche” de Stella y que refleja lo que es el espíritu de Punta Negra. “Antes era más chiquito y de madera. A los dos años, antes de la temporada se prendió fuego y no quedó nada. Los vecinos limpiaron todo y después una amiga arquitecta con su compañero dijeron ‘bueno, vamos a hacerlo de nuevo’, y se juntaron 80 personas y lo levantaron en 40 días. Vecinos, amigos, compañeros de facultad de mi yerno, mis hijas y todo el mundo ayudó. Fue un gran abrazo que nos dieron. El nombre surgió a partir de eso y de la canción de Gilberto Gil, que me gustaba mucho”, dice Stella. Ahora Aquel Abrazo es uno de los mejores restaurantes de la zona, no solo por su variada propuesta, sino también por el ambiente.

Es que en Punta Negra todo funciona así. O casi todo. Es decir, los vecinos del lugar tienen un sentido de comunidad muy grande. Y Aquel Abrazo es solo un ejemplo de eso.

Son cerca de la una de la tarde y en el centro del pueblo hay algo que llama la atención. Entre el pasto, los árboles y el calor y las calles de tierra, hay algo más que la calma que se respira en el resto del lugar. Es que allí se está llevando a cabo la feria artesanal que semanalmente realizan los vecinos y vecinas de la zona que viven allí hace muchos años, conocen el lugar como nadie y forman el grupo Productores de Punta Negra. Hay colores, hay panes caseros, quesos, cervezas artesanales, vinos, hamacas y una parrilla, hay juegos de madera, hay tejidos. También, un poco más alejada, está la biblioteca comunitaria y el salón comunal, donde se realizan diferentes actividades culturales.

Si Stella, de Aquel Abrazo, tiene que definir a Punta Negra dice que es una “mixtura”: que allí vive gente joven con un gran sentido de comunidad: “Hay todo una camada de muchachos jóvenes, muy naturistas, que tienen huertas orgánicas, que hacen intercambios de semillas, que tienen una cuerda de tambores, la mayoría de los niños nacieron en sus casas, sus piecitos están sin medias en invierno y verano para que se les regule la temperatura... es todo una filosofía que para mí es muy desconocida pero que ellos la tienen”; pero también viven muchos extranjeros, estadounidenses y europeos, principalmente, y artistas de todo tipo eligen al lugar buscando alejarse del ruido de la ciudad.

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