Punta del Este retro. Mecha Gattás vive hace 80 años en la ciudad y recuerda su época gloriosa

6 de febrero de 2021

Corría el mes de diciembre cuando Mecha Gattás llamó a su hija María, la única mujer de cuatro, y le dijo: “Este verano nos vamos de vacaciones al Punta del Este de antes”.

Las restricciones ligadas a la pandemia hacen que en este balneario se respire un aire de otra época. Con mucha menos gente que de costumbre, los eventos se reconvirtieron en pequeños encuentros, a veces culturales, a veces artísticos, en los que se profundizan los vínculos y el intercambio. El ritmo cambió, porque hay tiempo para todo, en particular para nuevas actividades. Para quienes pudieron cruzar el charco, las vacaciones son un híbrido entre pausa y nuevo estilo de vida.

Mecha Jauregui Aldao de Gattás nació hace 88 años en Argentina (1933), pero a los 7 se vino a vivir con su padre y madre y su gobernanta española a Uruguay. Aquí todos la conocen, y la relacionan con los años dorados de Punta del Este. Se educó en dos colegios, el segundo de pupila, y cuenta que fue allí donde se convirtió en mujer rebelde. “Eso explica mucho de lo que hice en toda mi vida: lo que me da la gana”.

Fue profesora de inglés, anfitriona de grandes fiestas, y creadora con seis amigas del Centro de Artes y Letras de Punta del Este, que duró 25 años. En este balneario se vinculó con Piazzola, Borges, Sábato, Manuel Mujica Láinez y Robert Mundell, premio Nobel de Economía, entre otros.

Aquí conoció a su primer marido, cuya familia, dueña del hoy destruido hotel San Rafael, construyó una capilla para el casamiento. Tuvo a su primer hijo, se divorció rápidamente, recibió unas cuantas propuestas de matrimonio y finalmente se casó con Bocha Gattás, con quien tuvo dos hijos y una hija.

El padre de Bocha, Pascual, era un libanés que había llegado a Punta del Este a principios del 1900. Se lo considera un pionero del balneario. Creó el barrio parque del Golf, la torre de l’Auberge, trabajó con el arquitecto argentino Arturo Dubourg e importó el primer auto Ford. “Un hombre con una visión de negocios impresionante. Te diría que la mitad de Punta del Este la hizo él. Lo llamaban el loco de los médanos. Era todo arena y él hizo el primer barrio parque”.

-¿Cómo era el Punta del Este en esa época?

-Era un Punta del Este muy tranquila. Cuando empiezan los barrios parques era la hora del té, la playa temprano, la ropa muy decontracté. De noche se comía en Mariskonea, restaurante de una familia de origen español. Era el lugar de encuentro. Te diría que había un clima parecido al que hay hoy acá (entre La Barra y Manantiales). Gente tranquila, todos nos conocíamos, todos éramos muy amigos o amigos de, y en esa época se mezclaban bien los argentinos con los uruguayos. Los argentinos venían de vacaciones. Para el argentino, Punta del Este siempre fue un lugar muy especial.

-¿Por qué?

-Para el argentino, estar en Punta del Este era estar en “el” lugar. Muy distinto, muy especial. El lugar en el mundo donde tenías que estar para ser alguien. Era una época muy linda y empezaron a pasar cosas. Siempre pienso que Punta del Este tiene algo mágico, de atracción. Hay mil lugares en el mundo, tan lindos o hasta más, pero acá hay algo muy especial. Yo tengo mi teoría.

-¿Cuál es?

-En el fondo del mar, de Portezuelo hasta acá, hay un mineral con una enorme fuerza telúrica. Esto es científicamente cierto. El mismo mineral está en el mar en Escocia y hay coincidencias muy raras en ambas zonas. Las historias de los duendes en Escocia de alguna manera se repiten en esta zona. No podés explicarlo con lógica. Empezás a subir por la ballena (la lomada de Punta Ballena) y te ponés de buen humor. En la Mansa, en los años 1920, la gente venía a curarse. Hacía hoyos en la arena y se curaba de reumatismos. Hay gente que venía a La Barra a ver gnomos. Viven en el parque Lussich, hay gente que los ha visto. Este un lugar con misterio. Son teorías locas. No es un lugar lógico. Tenés que tener imaginación para entender.

Una joven de Casa Flor, el hotel boutique donde se hospeda Mecha durante unos días después de pasar una semana en la Posada del Faro, en José Ignacio, le ofrece un vaso de agua. “El agua mía”, responde Mecha. Luego se gira y, al ver mi cara de pregunta, explica: “Es un vino clarito, blanco, muy rico”.

-¿Cómo describiría los años dorados del balneario?

-Desde el principio hubo personalidades interesantes que se radicaron aquí. Cuando la guerra civil española, se refugió un grupo que incluía al escritor y poeta Rafael Alberti, el fotógrafo Pepe Suárez con su perro Mambrino, el escritor Pepe Bergamín. Siempre fue un lugar fantástico por sus personajes. Y cuando hacíamos fiestas, eran fiestas de amigos. Hoy son celebraciones comerciales, con lanzamientos de Lamborghini y Mercedez Benz. A mi cumpleaños, el 3 de enero, venían 300 o 400 amigos y eso inauguraba la temporada. No era una fiesta de show y alhajas. El código vestimentario, que define tanto a una sociedad, era cómodo. Y todo muy divertido. Hacíamos fiestas de disfraces. Una francesa que vivía en Nueva York nos mandaba una carta, seis meses antes, explicando cómo quería que nos disfrazáramos. También estaban las fiestas de Rodrigo d’Arenberg, hermano de Lætitia, con un estilo más paquete. Eran fiestas más armadas. Una vez hicimos un casamiento hippie. Mi marido se vistió con un jacquet, calzoncillos, medias y un sombrero de copa. Yo me puse una enagua de crochet blanco de mi suegra y una peluca larga color violeta. Trajimos bancos de plaza de San Carlos. Y en el jardín veías a todos los personajes sentados en bancos de plaza. Vino una pareja disfrazada de Sancho Panza, a caballo. Siempre había mucha creatividad.

-¿Alguna anécdota que la haya marcado?

-Con el Centro de Artes y Letras de Punta del Este hicimos cosas increíbles. Teníamos una cierta inconsciencia. Invitamos a Manucho Mujica Láinez, a Neruda, a Sábato a dar conferencias acá. Un día estábamos en un concierto en la catedral de Maldonado y estaba Piazzola sentado en primera fila con su mujer. Cuando lo miro a Astor, lo noto deslumbrado por el concierto. Cuando salimos, le propongo que escriba algo para Punta del Este. Me mira y no me contesta. Llegamos a casa de una amiga del grupo y me dice: “¿Me lo dijiste en serio?” Claro, le digo yo. ‘Por 40.000 dólares escribo una pieza’”, me responde. Le pagamos el dinero con sponsors y escribió Suite del Este, mundialmente famosa. Éramos inconscientes de la calidad de las cosas que hacíamos, de la gente que traíamos. Nos parecía natural. Teníamos sponsors, les pedíamos 50.000 dólares y nos los daban.

-¿Este era un destino de la elite literaria?

-Todos los escritores de ese momento venían a Punta del Este. Tomábamos el té con Neruda. Una noche, durante una comida alrededor de una mesa redonda con Borges, su mujer María, Manucho, Silvina Bullrich y nosotros, hubo un momento de silencio. Solíamos ir a las bienales, y ese año el gran premio en Venecia había sido para un artista que había hecho una presentación esotérica de la letra A. Entonces, para cortar el silencio, le pregunté a Borges: “Dígame una cosa, Borges, ¿cuáles son los significados que usted sabe que tiene la letra A?” Durante una hora, Borges habló sobre la letra A. Una noche inolvidable. Fue un momento bíblico.

-¿Alguna historia con Manuel Mujica Láinez?

-Manucho vivía en casa, y era fatal. Cuando escribió Bomarzo, me dijo que yo debía ir. “Si no conocés Bomarzo, no conocés Italia. Así que fuimos. Vendían esas cosas horribles para turistas, de cerámica verde, con la boca del jardín de los monstruos. Al verano siguiente, le dije: “Mira Manucho, me fui a Bomarzo y te traje esto de regalo”. Esa cerámica está hoy en Córdoba, en la que fue su casa, a la que fuimos. Puso el regalo arriba de la estufa.

-¿Cuáles son los símbolos de Punta del Este?

-La arena, los pinos, el agua. Por eso una vez decidimos hacer la muestra Arena, que hoy estaría más que vigente. Contratamos al mejor escenógrafo de acá y, en la playa frente a la Liga de Fomento, hizo un túnel, como un laberinto. Invitamos a 10 artistas que colocaban sus piezas en ese túnel. La arena se trajo de la playa, cubría toda la calle. Aquí empezaba el golpe militar. Queríamos que la gente escribiera con tiza lo que quisiera, y era jugarse. Fue una noche . La gente salía de la playa, entraba en el túnel, se encontraba con las obras.

-¿De qué manera los vecinos argentinos contribuyeron a construir Punta del Este?

-Para el argentino, Punta del Este es como un ícono. Venir acá era el súmmum. Y evidentemente hicieron sus grandes casas. Un poco se sentían los dueños. Y un poco lo son. El club de tenis Médano, por ejemplo, es un club argentino. En un principio se mezclaban más con uruguayos, pero sigue siendo de argentinos.

-¿Hay circuitos diferentes?

-Creo que sí. El uruguayo, con excepciones por supuesto, es más de tener su casa en el bosque y hacer una vida más discreta. El argentino se muestra más y es más salidor. Y, a medida que ha pasado el tiempo, es más y más. Todo lo que el argentino ha invertido en Punta es enorme.

-A Punta del Este también se la conoce por sus fiestas fastuosas. De lo que cuenta, pareciera que hubo una primera época más hippie antes de los brillos…

-Punta del Este era un poco lo que ves acá, tranquilo y cómodo, hasta que un día apareció el inversor Mauricio Litman (un empresario argentino que hizo importantes emprendimientos en el balneario, entre los cuales están el Cantegril Country Club y las casas de ese barrio, o el edificio Santos Dumont) y ahí se produce el gran cambio: el Punta del Este del algodón pasa a ser el Punta del Este de las lentejuelas. La costumbre era vivir à l’aise y de repente aparecen las fiestas absurdas en un lugar silvestre, con trajes bordados, y los festivales de cine en Uruguay, que en realidad fueron gracias al buen manejo en Europa del arquitecto Alberto Ugalde, un hombre de cultura. Puso al balneario en la mira mundial por un par de años, venía gente como Alain Delon, pero duró poco tiempo. De allí sale la primera movida de gente esteña de toda la vida que decide mudarse a Manantiales. Además, hay otro tema que para mí siempre fue muy interesante: desde el momento en que Punta del Este empezó a crecer un poquito, el gobierno central le hizo una contra tremenda. Y es ahí cuando se forma la Liga de Fomento de Punta del Este. Eran cinco o seis señores que tenían una visión real y que lucharon. Al gobierno central le molestaba que Punta creciera y se les fuera de las manos.

-¿Hay algún lugar que aún mantiene el espíritu del Punta del Este de antes?

-Toda la zona pasando el puente de La Barra en adelante, hasta José Ignacio que ahora es más cool, se asemeja a lo que fue Punta en otra época. La vida es diferente. Mirá cómo estoy vestida: con zapatillas, de blanco. El estilo es décontracté, con un enorme refinamiento escondido.

-¿Y cómo ve la zona de la península?

-El nuevo Punta del Este es un desastre. Cambiaron la forma de vida, los valores, todo. En muchos aspectos, quedó como un símbolo de consumismo. Es otra cosa. Ahora están planeando hacer un disparate en la Plaza de los Artesanos: un edificio de 40 pisos que será la debacle. Es un tema de inversión, de plata negra. Cuando venís en invierno, son cuadras y cuadras de edificios vacíos. ¿Esa inversión para pasar 15 días? Me gustaría que esa torre jamás se hiciera. Ya pasó con el proyecto de Cipriani. Me horroriza porque es espantoso estéticamente. Sacaron un ícono, el hotel San Rafael, obviamente por un tema de negocios, y lo que están haciendo es un horror, un crimen. Los edificios altos son los disparates actuales de Punta del Este porque es sacarle la esencial, lo lindo, la escala. Arruinan el balneario.

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